BBK Music Legends (La Ola, Sondika, 29-30 junio 2018): Cumbres borrascosas en la sala de juegos

BBK Music Legends (La Ola, Sondika, 29-30 junio 2018): Cumbres borrascosas en la sala de juegos

Fotos: BBK Music Legends Fest / Facebook

La tercera edición del festival BBK Music Legends nos deja momentos memorables y estelares; también cierto paladar agridulce. Envejecer es de por sí una proeza; hacerlo sobre el escenario es una bendición reservada para algunos elegidos…

Viernes 29

Nos comentan en diferido que a Siniestro Total le toca bailar sobre la ola de calor. Ardua tarea. La tormenta se acerca sigilosa mientras Gari & Maldanbera desgrana con apacible solvencia su propuesta intimista y bilingüe en temas como “Yase”, de su más reciente álbum Estutu. “Ya sé que no tenemos/La vida que soñamos…”.

Melancolía pop para una primera jornada que no acaba de arrancar, con el público disperso, al resguardo de las terrazas y barras cubiertas ante la amenaza de lluvia.Presagio de tormenta también con cierto petardeo en la amplificación.

“Naizena eta nintzena gaizki moldatzen dira” es un canto a la (falta de) consonancia entre lo que fuimos y lo que somos, y sobre lo mal que nos llevamos entre nosotros en general. “Yo me amoldo a lo que sea, hasta a la valla”, quita hierro al asunto un espontáneo del público. El exHertzainak y su banda dejan la puerta entreabierta a la esperanza en “Esperantzara kondenatua”, una despedida en armonía.

La edad media del público se asemeja a la del cartel legendario. Son muchos quienes peinan canas pese a la reivindicación setentera de sus camisetas. También se deja caer un hippie-old school sin rumbo, que rodea el recinto en loop, ensimismado; y algún que otro hipster despistado -“¿Pero esto no es el BBK Live? ¿Estoy en Kobetamendi?”-, podría estar preguntando a Siri por lo bajini.

El ambiente es de lo más tristón; por suerte, la afable señora Mavis Staples (a punto de cumplir 79 años el próximo 10 de julio) se las arregla para animar un poco el cotarro. Con vozarrón bourbon y cuerda para rato, apunta maneras y nos pone sobre aviso desde el primer tema, “If You’re Ready (Come Go With Me)”. Exaltación de la familia, los amigos y el género humano en general. La diva de Chicago tan solo necesita alzar la mano y un par de “Oh, yeah!” para ahuyentar el sopor del público y hacer que éste comulgue con su gospel-soul.

Staples se viene arriba y declara su amor a alguien de las primeras filas: “I love you”, seguido de una risa socarrona y un “All right!”. Mención especial a su guitarrista, Rick Holmstrom, quien demuestra loable equilibrio a las cuerdas: borda lo que tiene que hacer sin exhibicionismo exacerbado, y después desaparece a un discreto segundo plano.

La diva se sienta a ratos en una banqueta y bebe sorbitos de lo que parece ser café o té, pero que bien podría contener otra bebida más espirituosa, a juzgar por las risas y retahíla gospel in crescendo. Leves tintes funk que invitan al baile comedido. Puño en alto cuando nos insta a respetarnos a nosotros mismos (“Respect Yourself”). Y lo que dice esta mujer va a misa. Como su mención a Martin Luther King y a la lucha por los derechos civiles y la libertad (brutal “Turn Me Around”, grito épico final incluido).

La lluvia hace acto de presencia pero Staples tiene la capacidad de despejar los nubarrones con el soul más fervoroso y mesiánico vía “I’ll Take You There”. Dan ganas de inventarse un milagro y gritar “Jesus! Oh, Lord!” como si no hubiera un mañana.

Sin grandes alardes y algo cansada, se echa la toalla al hombro y se va risueña, con la satisfacción del trabajo bien hecho. “¡Estamos orgullosos de ser leyendas!”, se despide. Ha repartido una buena dosis de “alegría, felicidad e inspiración”. God save the joy!

El diablo es el verdadero cabeza de cartel del festival. No hay más que ver a Wilko Johnson, el hombre que no debería estar entre nosotros pero que está más vivo que nadie. Acompañado del histriónico bajista Norman Watt-Roy -miembro fundador de la mítica banda Ian Dury & The Blockheads- y del baterista Dylan Howe, el milagro de Canvey Island derrochó su artillería característica, bailecito del pato frenético y tommy gun incluidos. Viene con disco reciente bajo el brazo (Blow Your Mind), del que sonaron temas de R&B relajado como “Take It Easy”.

Como cabe esperar, el público se viene arriba con los grandes éxitos de Dr. Feelgood: “Going Back Home”, “Everybody’s Carrying A Gun” y por supuesto “Roxette” –posiblemente uno de los riffs más canallas del rock-. Dejó casi todos para el final, y entre medias, quizá hubo un exceso de ostento irregular a las cuerdas y a la voz. En esas conversaciones largas y alocadas entre Johnson y Watt-Roy se alternaron ramalazos reggae e inclusivo cierto tinte flamenco. También hubo espacio para bellas y elocuentes rarezas como “When I’m Gone”.

Las muecas excéntricas del sobrenatural Wilko Johnson -que rezuma humo por la cabeza-, denotan que nos hallamos ante un hombre por encima del bien y del rock. Y eso siempre es alentador.

Ironías del directo y de la vida, Johnson pregunta con gesto resuelto cuánto tiempo le queda a alguien entre bambalinas. “All right”, contesta, con una carcajada. Se despide con el popular “Back In The Night” y un muy bien pronunciado “¡Gracias! ¡Hasta la vista!”. Bravo.

Parafernalia prometedora ante la inminente llegada de Sir Steve Winwood. Un técnico mide la altura de los micros con minuciosidad. Esta será una jam session muy estudiada. Declaración de intenciones con “I’m A Man” como apertura, de los añorados The Spencer Davis Group. Órgano que derrocha groove y una banda luminosa, el público ovaciona a la estrella. Iluminación de lo más didáctica y de tipo espacio late night: un haz de luz nos indica a dónde tenemos que mirar. Ora al brillante percusionista, ora a la soberbia sección de vientos. En “Pearly Queen”, de su otra banda mater Traffic, destacan los vientos y concluye con sonidos arabescos.

Winwood corta abruptamente. Frenada de emergencia: “Ok, ¿podéis oírme?”, se dirige al público, que contesta a gritos: “¡No-se-oye! ¡No-se-oye!”. Winwood informa de que los técnicos están intentando arreglar los problemas de sonido e insta a rezar por la pronta solución, todo muy políticamente British. Quizá se esté ciscando en todos nuestros muertos, pero aguanta el tipo como un señor.

No faltan clásicos imperecederos de Blind Faith como “Can’t Find My Way Home” o “Hard to Cry Today”, que suenan ahora nítidos, con un agudo (y creemos aliviado) Winwood. Lúcido en lo técnico y en lo vocal, ofrece una fusión magistral, si bien la guitarra suena demasiado perforadora en las primeras filas (pero todo sea porque la ola expansiva llegue a todos).

Algunos temas como “Them Changes” y “Higher Love” se alargan –sin necesidad- hasta la extenuación. Puede que sea un tanto osado poner ninguna mácula a esta leyenda, pero como una va a ir al infierno de todos modos… Tras cerca de ¿media hora? de demostración abrumadora de un mismo tema, he aquí una conclusión impertinente: el virtuosismo cansa.

Hasta el propio Winwood se retira a un lado del escenario para sorber algo de ¿vino?, mientras observa orgulloso a su espléndida banda. Se agradece un final –se agradece el final, en sí-; épico y más rockero vía “Dear Mr. Fantasy” (Traffic) y un memorable “Gimme Some Lovin’” (The Spencer Davis Group).

Sábado 30

Pintan bastos en la segunda jornada del BBK Legends. Cielo mohíno, humedad sofocante, la lluvia no tarda en llegar; si bien no se cumple el pronóstico de esa temida tormenta. Por motivos infames de logística mundana, nos perdemos las actuaciones de Motxila 21 y Moonshakers. Nos comentan que merecía la pena ‘madrugar’ para ver a estas bandas; por suerte, tendremos una oportunidad de ver pronto a esta última, finalista del concurso de bandas Rockein, en Mundaka Fest.

Se acerca la hora de Dead Bronco y su cantante y guitarrista Matt Horan aparece con la mano izquierda vendada y cara de circunstancia. Escudado por la banda, anuncia que el día anterior sufrió una caída en Segovia y que ha visto “las estrellas” al coger la guitarra, por lo que cancela el concierto y se va a urgencias. Una pena, de haberlo previsto, quizá el cartel se podría haber organizado de otra manera, retrasando las actuaciones de Motxila 21 y Moonshakers, algo que les habría beneficiado con una mayor asistencia de público.

Interludio para ponerse a cubierto y tomar algo mientras esperamos a la diva de las cuerdas Ana Popovic. Presenciamos una prueba de sonido más larga de lo habitual, dadas las circunstancias. Tan solo unos veinte minutos antes de lo previsto y precedida de una prometedora intro de vientos, aparece la guitarrista serbia afincada en Estados Unidos. Ataviada con un vestido plateado interestelar, ejecuta con soberbia fluidez una muestra de blues-rock con tintes de R&B bailongo como “Can You Stand The Heat”. Solos de guitarra y más solos, alternados con vientos, percusión y coros que otorgan un aire más festivo aunque algo monótono, vía temas de su más reciente trilogía (“Love You Tonight”, “She Was a Doorman”). Por unos instantes se percibe un clac extraño en la batería que desconocemos si es buscado o un fallo técnico.

En general, el repertorio de Popovic suena nítido y sexy, como en la evidente “Object of Obsession”. También hay espacio para las raíces del blues más profundo y la tradición más folk. No en vano, la artista se ha inspirado y grabado en Memphis. Blues de lo más sentimental en “Train”, cuya versión de estudio tiene como estrella invitada a Joe Bonamassa.

Popovic relata su periplo desde el Este de Europa al nuevo mundo en “Long Road Down”, donde se luce enérgica en lo vocal. Incombustible a la guitarra, exhibe poderío en sus movimientos y en sus solos extensos, que parecen decir: “Hago lo que quiero”. Aquí hasta los bajistas tienen sus solos de gloria, una lástima que ese extraño petardeo digital vuelva a hacer de las suyas y lo desluzca. Pirotecnia cuasi funky en la recta final, con clásicos como “Going Down” -de Don Nix, cubierta de un barniz de rock y gloria gracias a J.J Cale, Leon Rusell y Freddie King, entre otros-; y un tributo a The Jimi Hendrix Experience con “Crosstown Traffic”.

Casualidad o no, el sol brilla con fuerza en su ocaso, justo antes de la actuación fugaz del genio y figura John Cale. Su intro (una astronómica y apabullante “Hellen of Troy”) es simplemente brutal, pura distorsión envolvente y velvetiana. Desde la primera fila suena tan abigarrado que la inercia es alejarse (de hecho, gran parte del público se dispersa, claramente han venido a ver a los pesos pesados Hughes y Beck). Servidora, a sabiendas de la sordera galopante en curso, se agarra a la barandilla para no levitar de emoción. Cale es puro carisma y trueno. Le acompañan en su locura, y muy bien, unos jóvenes guitarra, batería y bajo, que parecen disfrutar de esta ida de olla tanto o más que el maestro irreverente.

Halo siniestro a los teclados y sintes para “Dirty Ass Rock n’ Roll”, otra chaladura soberbia en la que Cale sonríe canalla. Interpreta el himno “Fear Is A Man’s Best Friend” cual balada libre e imperfecta; para dar paso a “Wasteland”, una triste banda sonora actual. Comienza con desgarro para desarrollar una intensidad desoladora. ¿Qué clase de bajo sideral es ese?!! “Gracias, eso fue divertido”, comenta con mal disimulada sorna. De eso se trata, de divertirse –que no entretenerse-. Si me queréis, evadirse, desentrañamos el mensaje. “El rock n’ roll es una casa de juegos”, dijo en una entrevista el creador de uno de los grupos más influyentes de la historia musical. Por eso tipos como él envejecen tan bien, o simplemente no envejecen. Siguen siendo niños experimentando con sus juguetes y cachivaches.

Chulesca y temeraria “Gun”; Cale entona incluso una especie de quejío flamenco en su particular versión del “Pablo Picasso” de otro genio, Jonathan Richman. Apenas 45 minutos de actuación, Cale se despide con una única concesión a la Velvet Underground: “I’m Waiting For My Man” nos deja así, esperando al hombre. Nos sabe a muy poco la dosis. Queremos más.

Prepárense para los gorgoritos, ya está aquí el que tiene pase VIP con Lucifer. Con estética de pura testosterona 70’s y sonrisa profidén -no vamos a ser malvados y poner kukidén por respeto al gran artista y porque para hacer publicidad ya está el anuncio posconcierto y corta-rollo del banco legendario dirigido a sus accionistas-. Glenn Hughes irrumpe en escena saludando al personal y grita un efusivo “¡Bilbaooooo!” que repetirá a diestro y siniestro durante su apabullante actuación. Boquiabiertos asistimos a sus agudos perfectos por los que no ha pasado el tiempo. Su repaso al repertorio de Deep Purple incluye trallazos incontestables como el “Stormbringer” de apertura –colosal-, “Highway Star” y, por supuesto, “Smoke On The Water”. Envidiable estado de forma; blues pesado en una memorable y ovacionada “Mistreated”.

Un concierto divertido –desde el teclista con pantalones de campana subido a su tarima, a la versión casi folclórica de “Georgia On My Mind”-. En su bagaje vocal se atisba hasta una especie de irrintzi aberrante. Qué detalle.

Ínfulas clásicas de rockstar, exhibe chulería fucker lanzando púas verdes al público como rey que concede migajas de pan a la muchedumbre hambrienta –aún así, nos sigue cayendo bien-. Sobra quizá el momento del aguador. Uno de su equipo, que le cogerá el testigo al bajo más tarde, se acerca hasta su majestad purpúrea y le ofrece una botella de agua. En mitad del escenario, espera paciente a que éste beba y le devuelva la botella. ¿Era esto necesario? No, como tampoco el lanzamiento de guitarra al aire, tres dolorosas veces, al término del bolo.

Encantado de conocerse -no es para menos-, Hughes agita su cabellera en la apoteosis gloriosa y desafía al público con una mueca cadavérica. Nos quedamos con los abrazos fraternales con la banda y su mensaje final: “Manteneos libres, el amor es la respuesta, la música es la cura”.

Suena una robótica voz en off que anuncia la prohibición expresa de tomar fotografías durante el esperado concierto de Jeff Beck, “por respeto al artista”, recalca. La petición se extiende a fotógrafos profesionales, quienes ya tienen que lidiar con suficientes obstáculos en su trabajo. Están advertidos sobre papel; a quien le pillen tomando fotos de estraperlo, pasa del foso al calabozo. Sin acreditación y expulsados del festival. Sí, expulsados. ¿Dónde está el respeto a su profesión? ¿Y el derecho del público a ‘inmortalizar’ -sí, con los dichosos móviles-, un momento glorioso en una estúpida story?

Se avecina una noche en la ópera, pues. Tensión y expectación en el ambiente. Una espera una protesta, unos silbidos; pero aparece la estrella -con un chalequito que mejor no fotografiar, estoy de acuerdo-, y el público no sólo comulga sino que aplaude. Como sociedad civil, estamos perdidos, amigos. El rock ha muerto en una cláusula anti-todo de estas viejas glorias. Miembros de seguridad intercambian mensajes encriptados por sus walkies en busca de rebeldes armados de smartphone. Desolador. Este señor toca como los ángeles, qué duda cabe, pero si ello exige un estado de sitio como público, lo siento, pero no cuenten conmigo. Me apeo del carrusel. Ningún virtuosismo ni leyenda merecen coartar así a la plebe. En fin.

Hay que admitir que la intro es apoteósica y abrumadora, “Pull It”. Cuerpo a tierra, ¡cuerpo a tierra! Destacan en su banda la bajista Rhonda Smith y la violonchelista Vanessa Freebairn-Smith (una lástima que gran parte de la interpretación de esta última se diluya imperceptible entre el resto de instrumentos).

Maravilloso momento lírico (¿5ª Sinfonía de Gustav Mahler?), donde la guitarra de Beck y el violonchelo de Freebairn-Smith se dan la mano y surge la magia.

La estrella interpreta a la guitarra –no canta, se trae a un cantante que viene y va según procede-, hermosas versiones de grandes clásicos: nuevo tributo a Hendrix con “Little Wing”; “A Change Is Gonna Come” (Sam Cooke) o una espléndida y siempre oportuna “Superstition” (Stevie Wonder). Esperábamos que Popovic le acompañara en algún tema, pero no. Eso sí, Beck también se decanta por “Goin’ Down” (esta vez versión de The Alabama State Troupers) para despedir una velada de momentos estelares, tristemente encapotados por una disciplina totalitaria y anti-rock total.

Toda esta ‘exquisitez’ para culminar al grito del “¡Ooo-é-oé-oé-oé!” de las masas (como ya ocurrió con Winwood). Claro que sí: ¡Viva el fútbol! Dentro VAR. Ah, no, que no se puede grabar, perdón…

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3 comentarios en «BBK Music Legends (La Ola, Sondika, 29-30 junio 2018): Cumbres borrascosas en la sala de juegos»

  1. Estoy completamente de acuerdo con tu crítica al endiosamiento de Jeff. Musicalmente está claro que es buenísimo. Pero personalmente demostró hipocresía: Nos prohíbe hacer fotos, pero nos vende una camiseta por 35 € con su foto, no usa púa para tocar, pero nos vende una cajita con 3 o 4 púas por 12 €. Vaya, vaya . Tenía intención de comprar una camiseta de recuerdo de su concierto, pero como nos prohibió llevarnos un recuerdo fotográfico, decidí no comprarle nada.

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